Krystel Bejarano

Culiacán, Sinaloa.- Entre el colorido y la algarabía que a diario se vive en los pasillos de la plazuela Álvaro Obregón, sobresalen los llamativos gritos de “bola, señorita, bola plebe”, que expresan unos personajes que forman parte del folclore de este visitado punto del primer cuadro de Culiacán.

Muchos de ellos forman parte de generaciones que vienen desde sus abuelos, es decir, sus raíces son de más de 40 años, ya que aprendieron de los más grandes y experimentados, por lo que el oficio de bolero se ha convertido en un trabajo quirúrgico que da vida al calzado de sus clientes.

Hoy, en la nueva normalidad, los lustradores de calzado han sobrevivido y mantenido en pie su oficio al utilizar cubrebocas, gel altibacterial o alcohol, y desde luego la sana distancia, a fin de cuidar la salud de ellos y sus clientes.

A pesar de los golpes bajos que les ha dado pandemia, el olor a grasa y pintura del oso generan una atmósfera diferente al caminar por la plaza principal de la capital de Sinaloa, donde las sillas de bola dan un paisaje pintoresco ante los ojos de los transeúntes, quienes no dejan pasar la oportunidad de lustrar su calzado y a su vez, convertirse en un aliciente para la golpeada economía de los boleros.

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