Claudia Araujo
Culiacán, Sinaloa-. El amor de madres es el amor más puro, sincero y verdadero que pueda existir en la tierra, pues una madre vive y muere por sus hijos, y haría hasta lo imposible por tenerlos siempre.
Es normal sentir una gran cantidad de emociones cuándo se pierde a un hijo, incluyendo tristeza profunda, dolor, ira, culpa y soledad, sin duda alguna el perder a un hijo es la mayor tragedia que puede tener una persona en su vida.
María Lidia Lizárraga cuenta cómo a pesar de ya haber pasado 49 años desde que su primogénito muriera, ella sigue acudiendo al panteón a visitarlo, puesto que el amor y la conexión que siente por su hijo es más grande que cualquier cosa.
“Yo visitó la tumba desde que mi hijo nació, acaba de cumplir 49 años que nació y murió…nació muerto, mi bebé nació muerto, cómo antes ya ves en casa, ahí se me murió a mí en casa, ahí se me murió en casa con la partera y el día que nació ese mismo día murió”.
Y desde entonces es que la señora María y su hija cada primero de noviembre acuden a hacer la limpieza a la tumba donde ya hace su bebé, destacando el dolor a través de los años va aumentando.
Año con año, día tras día, hora tras hora María recuerda a su niño, no solamente el día de los angelitos.
“Año con año siempre estamos aquí, días antes y ya después el mero día de los angelitos, pues ya ves que la situación aquí no se puede venir muy seguido”.
Su hijo, a quién se le nombre nació el 25 de septiembre de 1974, quien habría cumplido 49 años, sin embargo Dios tuvo otro propósito para el…
La señora María asegura, perder a un hijo es un sentimiento tan extraño, pues el esperar con ansias a un hijo y que este nazca sin vida, es algo que nadie lo puede entender hasta que lo vive.