La noche de París quedó teñida con los colores del Paris Saint-Germain y de Francia entera.
En la gala número 69 del Balón de Oro, Ousmane Dembélé rompió pronósticos y coronó el mejor año de su carrera al recibir el máximo reconocimiento individual del fútbol.
Su nombre, tantas veces asociado a lesiones y altibajos, hoy se escribe en letras doradas junto a las leyendas que han conquistado este trofeo.
El francés superó en la votación al joven prodigio Lamine Yamal, quien a sus 18 años ya se perfila como el futuro del balompié, pero que esta vez tuvo que conformarse con la segunda posición.
El Théâtre du Châtelet se vistió de gala para recibir a estrellas de todos los tiempos, entrenadores, dirigentes y los mejores jugadores del planeta. Hubo momentos de emoción pura, con homenajes a figuras históricas y premios a clubes, porteros y talentos emergentes.
Pero el clímax llegó cuando Ronaldinho, símbolo de la magia en el fútbol, fue el encargado de entregar el galardón. Entre aplausos y ovaciones, Dembélé levantó el trofeo con lágrimas en los ojos, recordando un camino marcado por críticas y resiliencia.
Este Balón de Oro no solo premia a un jugador en estado de gracia, sino que también abre un nuevo capítulo en el fútbol francés, que ve en Dembélé a un líder inesperado y a un símbolo de reivindicación.
