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El increíble robo de la Mona Lisa en el Louvre hace más de un siglo y por qué ahora los ladrones prefieren joyas en vez de pinturas

por | Oct 20, 2025

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El Museo del Louvre, el más visitado del mundo, cerró de forma repentina el domingo luego de que un grupo de ladrones irrumpiera en la galería Apolo y sustrajera ocho piezas de las joyas de la corona francesa. El asalto ocurrió a plena luz del día y duró apenas siete minutos. Los delincuentes, armados con herramientas eléctricas, rompieron vitrinas de cristal y escaparon en motonetas antes de que llegara la seguridad. Las piezas robadas, con miles de diamantes y piedras preciosas, tienen un valor incalculable.

Más de 60 investigadores trabajan en el caso bajo la hipótesis de que el robo fue encargado por una organización criminal internacional. El suceso ha generado conmoción en Francia, no solo por el nivel de audacia de los asaltantes, sino porque revive el recuerdo de otro de los episodios más infames en la historia del arte: el robo de la Mona Lisa en 1911, cuando un ladrón logró sustraer la pintura más famosa del museo.

Aquel robo, ocurrido hace más de un siglo, fue protagonizado por Vicenzo Peruggia, un ex empleado del museo que, aprovechando su conocimiento del edificio y su uniforme de trabajo, sacó el cuadro sin mayores complicaciones. La desaparición de “La Joconde”, como se le conoce en Francia, pasó inadvertida hasta el día siguiente, cuando el museo fue cerrado durante una semana y la noticia se convirtió en un escándalo nacional.

La obra de Leonardo da Vinci estuvo desaparecida más de dos años y fue recuperada en diciembre de 1913, cuando Peruggia intentó venderla a un anticuario en Florencia. Su captura marcó el primer robo artístico que captó la atención internacional, impulsando la fama de la pintura, que hasta entonces no gozaba del estatus legendario que tiene hoy. “El robo fue lo que transformó a la Mona Lisa en un ícono mundial”, explica el historiador Noah Charney.

Durante su ausencia, la pintura apareció en noticieros, postales y cajas de chocolate, y multitudes acudían al Louvre solo para ver el espacio vacío que había dejado. El robo despertó el orgullo nacional francés y desató teorías insólitas. Entre los sospechosos incluso estuvieron Guillaume Apollinaire y Pablo Picasso, aunque ambos fueron inocentes. Peruggia, lejos de ser un ladrón sofisticado, actuó casi por casualidad y aprovechó la precaria seguridad del museo.

El italiano declaró que su intención era “devolver” la obra a Italia, creyendo erróneamente que había sido robada por Napoleón, aunque en realidad había sido adquirida legalmente por Francisco I. No obstante, también se hallaron indicios de que buscaba venderla a coleccionistas estadounidenses. Finalmente, fue condenado a un año de prisión, pero su castigo se redujo y, poco después, la Primera Guerra Mundial hizo que el caso quedara en el olvido.

El nuevo robo en el Louvre, aunque muy distinto en método, ocurre en la misma zona donde se exhibe la Mona Lisa. A diferencia del pasado, los ladrones modernos evitan obras mundialmente reconocidas que no podrían vender ni exponer. En cambio, prefieren joyas y objetos valiosos que pueden desmantelarse y comercializarse fácilmente en el mercado negro. Las autoridades temen que las piezas robadas —incluido un collar que Napoleón regaló a su esposa— sean destruidas o sacadas del país antes de que puedan ser recuperadas.

Expertos como Chris Marinello, director de Art Recovery International, advierten que las primeras horas son cruciales: “Si la policía no los atrapa en 48 horas, las piezas desaparecerán”. Aunque confían en capturar a los responsables, el verdadero riesgo es que el mundo pierda para siempre una parte irrecuperable de su patrimonio histórico y cultural, repitiendo así la ironía de que los robos más audaces del Louvre terminen, una vez más, marcando su historia.

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