Pablo Salgueiro, profesor de arte uruguayo, comenzó a notar que algo no andaba bien cuando su pulgar dejó de responder. El síntoma, que parecía menor, cobró un sentido alarmante por el historial familiar: su padre y su hermano habían muerto de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). En febrero de 2017, los médicos confirmaron que Pablo también padecía la enfermedad. Tenía 54 años y conocía perfectamente el desenlace que lo esperaba.
Durante casi tres décadas, Pablo dirigió junto a su esposa, Rosina Rubio, un taller de arte en Montevideo. Su mayor satisfacción era ver la alegría de niños y adultos creando. Sin embargo, tras el diagnóstico, su vida cambió drásticamente. La enfermedad fue apagando, poco a poco, la movilidad de su cuerpo. Primero un pie, luego las manos, hasta que incluso respirar se convirtió en un desafío diario.
Su hija Florencia, entonces de 22 años, fue testigo de cómo su padre enfrentó la ELA con valentía y pragmatismo. Pablo adaptó su casa, buscó terapias alternativas y se aferró a la esperanza de encontrar alivio. Probó desde la acupuntura egipcia hasta la dieta macrobiótica, lo que generó tensiones familiares, pero siempre defendió su derecho a decidir sobre su cuerpo.
A medida que la enfermedad avanzaba, Pablo perdió la capacidad de caminar, escribir y, finalmente, respirar sin ayuda. Rechazó la gastrostomía —un procedimiento que prolongaba la vida mediante una sonda de alimentación— y pidió acceder a cuidados paliativos. Cuando los tratamientos ya no calmaban el dolor ni la angustia, comenzó a expresar su deseo de morir con dignidad.
“Esto ya no es vida”, le dijo a su familia una noche, consciente de que el final era inminente. Solicitó a los médicos ayuda para morir, pero en 2020 la eutanasia aún era ilegal en Uruguay. Los profesionales solo pudieron ofrecerle sedación paliativa para aliviar el sufrimiento que la medicina ya no podía controlar. Pablo murió el 19 de marzo de 2020.
Su historia no terminó ahí. Poco antes de morir, Pablo había compartido con su hija una noticia sobre un proyecto de ley para legalizar la eutanasia. Al cumplirse un año de su muerte, Florencia decidió contar públicamente su historia en redes sociales. Su testimonio se volvió viral y la convirtió en una de las voces más reconocidas del movimiento a favor de la muerte asistida.
Florencia se unió a la organización Empatía Uruguay, integrada por familiares de personas con enfermedades crónicas. Desde allí, comenzó una intensa labor de activismo para impulsar el debate legislativo sobre el derecho a decidir el final de la vida. Su relato humanizó la discusión y dio rostro al sufrimiento de miles de familias en situaciones similares.
El 15 de octubre de 2025, tras un histórico debate parlamentario de más de diez horas, el Senado uruguayo aprobó la ley de eutanasia. Uruguay se convirtió así en el primer país de América Latina en legalizar la muerte asistida, garantizando un marco ético y médico para quienes decidan poner fin a su vida en condiciones de dignidad.
Florencia, acompañada por su madre y su hermana, estuvo presente en la sesión parlamentaria. Exhausta pero satisfecha, sintió que al fin se había hecho justicia para su padre y para tantos otros. “Lo único que quiero es que otras familias no pasen por lo que vivimos nosotros”, declaró tras la aprobación.
Hoy, el nombre de Pablo Salgueiro simboliza mucho más que una tragedia personal. Su lucha silenciosa, su dignidad frente al dolor y el activismo de su hija transformaron el debate sobre la eutanasia en Uruguay y abrieron un nuevo capítulo en los derechos humanos de la región. “Ojalá que esté orgulloso”, dice Florencia, convencida de que la ley lleva, en parte, la huella de su padre.






















