Raphaël Graven, conocido en internet como Jean Pormanove, falleció durante una transmisión en directo en la plataforma Kick, donde solía ser víctima de humillaciones y vejaciones. Su muerte, ocurrida en su domicilio de Contes, al norte de Niza, generó conmoción y abrió un debate sobre el papel de los gobiernos en la regulación de espacios digitales donde el acoso se normaliza. Las autoridades francesas ya iniciaron una investigación para esclarecer el caso.
La ministra delegada de Inteligencia Artificial, Clara Chappaz, calificó la violencia sufrida por Graven como “horrible” y recordó que las plataformas están obligadas a retirar contenidos ilegales y proteger a los usuarios. La policía francesa realizó una autopsia y confiscó videos y material del lugar, además de interrogar a quienes estuvieron presentes durante la transmisión.
Graven contaba con más de 500 mil seguidores en Kick y sus transmisiones llegaban a reunir hasta 15 mil espectadores. Según Le Parisien, muchos de ellos alentaban los actos de violencia para aumentar donaciones. No es la primera vez que se investiga este tipo de abusos: en diciembre pasado ya se había abierto un expediente tras revelarse que varios streamers utilizaban estas dinámicas como espectáculo.
Aunque Graven declaró en el pasado que participaba de manera voluntaria y que llegaba a ganar hasta 6,000 euros al mes, su muerte plantea dudas sobre los límites entre “montaje” y explotación. Videos eliminados de la plataforma lo mostraban sin vida en un colchón, lo que intensificó las sospechas sobre la responsabilidad de quienes lo acompañaban en las transmisiones.
Kick, conocida por su escasa regulación y competencia directa con Twitch, anunció la expulsión de los streamers implicados y una revisión de su contenido en Francia. Mientras tanto, figuras como Adin Ross y Drake se comprometieron a pagar el funeral de Graven. El caso ha puesto en la mira a la plataforma australiana y ha reavivado el debate sobre hasta dónde debe llegar la permisividad en el mundo del streaming.
