La inteligencia artificial continúa revolucionando los espacios laborales, pero también genera tensiones sobre su impacto en el empleo. Kevin Cantera, un investigador mexicano con más de 17 años en la misma empresa, fue despedido poco después de implementar ChatGPT para optimizar su trabajo. Según contó a The Washington Post, utilizaba la herramienta para mejorar textos y acelerar búsquedas, al punto de considerarla “un colaborador más” dentro de su rutina profesional.
Pese a que la empresa había prometido que la integración de la IA no implicaría despidos, meses después prescindió de Cantera y de otros 12 trabajadores, dejando únicamente a un pequeño grupo de supervisores encargados de monitorear las tareas de ChatGPT. El investigador recibió una indemnización acorde con su antigüedad, pero su caso desató preguntas sobre los límites éticos y laborales de la automatización.
Especialistas advierten que, aunque la inteligencia artificial puede ejecutar tareas repetitivas o de análisis rápido con gran eficiencia, la supervisión humana sigue siendo indispensable para garantizar la calidad, la ética y la responsabilidad de los resultados. Reemplazar totalmente a los trabajadores con sistemas automatizados, señalan, podría aumentar los riesgos de errores y vulnerar derechos laborales.
El despido de Cantera se ha convertido en un ejemplo de los desafíos que plantea la adopción acelerada de tecnologías avanzadas. Expertos insisten en la necesidad de políticas claras que regulen su implementación, establezcan límites y promuevan la capacitación del personal. En México y otros países, el caso reaviva el debate sobre cómo la automatización transformará los empleos y qué medidas se requieren para proteger a los trabajadores en esta nueva era digital.
