Han pasado dos semanas desde que el príncipe Andrés renunció oficialmente a sus títulos reales y se retiró definitivamente de la vida pública. En un comunicado, el exduque de York aseguró que su decisión respondía a su “deber hacia la familia y el país”. Sin embargo, su salida no ha traído calma a la monarquía británica, sino una nueva controversia que ahora recae sobre sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia de York, quienes se han convertido en protagonistas involuntarias del nuevo escándalo real.
Durante los últimos años, las hermanas habían logrado equilibrar sus responsabilidades institucionales con sus vidas personales. Incluso, cuando el rey Carlos III y la princesa Kate enfrentaron problemas de salud, Beatriz y Eugenia asumieron varios compromisos oficiales, lo que les ganó la simpatía del público británico. Pero tras la renuncia de su padre, ambas han optado por el silencio, evitando pronunciamientos o apariciones públicas que puedan alimentar más la polémica.
Los tabloides británicos aseguran que el príncipe Guillermo habría mantenido una reunión privada con sus primas para pedirles que convencieran a su padre de abandonar Royal Lodge, la residencia que ocupa desde 2008. Algunos rumores incluso apuntan a que el heredero al trono habría advertido que podrían perder sus títulos si no colaboraban. Sin embargo, el periodista especializado en realeza Russell Myers desmintió esta versión, afirmando que Guillermo “solo actúa como asesor” y que ninguna de las partes quiere involucrarse en un nuevo conflicto mediático.
Ante la presión, las princesas cancelaron su asistencia a un evento en el Museo Británico, lo que fue interpretado como una señal de prudencia. Beatriz fue vista posteriormente en Royal Lodge, mientras que Eugenia ha evitado toda exposición pública. Su estrategia, según observadores reales, parece clara: mantener un perfil bajo y dejar que el tiempo disipe el escándalo.
El analista Richard Fitzwilliams destacó que Beatriz y Eugenia buscarán conservar su imagen positiva ante la opinión pública, pese al contexto familiar adverso. “Son jóvenes, están casadas, trabajan y realizan labor social, pero su posición dentro de la familia real sigue siendo delicada”, explicó. La próxima gran prueba para ambas será la reunión navideña en Sandringham, donde su presencia —o ausencia— podría interpretarse como un mensaje político sobre su lugar dentro de la monarquía. Por ahora, las princesas se mantienen en silencio, apostando por la discreción como su mejor defensa.






















