El Museo del Louvre fue escenario de uno de los robos más espectaculares de su historia moderna, comparable solo con la desaparición de la Mona Lisa en 1911. En un operativo que duró apenas siete minutos, un grupo armado sustrajo ocho joyas imperiales de valor incalculable de la Galería de Apolo, una de las salas más emblemáticas del recinto. Entre las piezas robadas se encontraba la corona de la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, símbolo de la joyería francesa del siglo XIX.
Según el ministro del Interior francés, Laurent Nuñez, la banda actuó con precisión profesional: aparcaron un camión con una escalera extendible frente al museo, accedieron por una ventana lateral y, usando cortadoras de disco, irrumpieron directamente en las vitrinas donde se exhibían las joyas. El golpe fue descrito como “rápido, brutal y meticuloso”. Cinco empleados del museo siguieron el protocolo de seguridad, alertando a las fuerzas del orden y protegiendo a los visitantes, pero el grupo logró huir antes de la llegada de la policía.
Las investigaciones revelaron que los asaltantes ingresaron disfrazados de trabajadores y utilizaron motocicletas de gran cilindrada para escapar. Un video difundido por la cadena BFMTV mostró a uno de los ladrones extrayendo cuidadosamente las joyas de una vitrina de alta seguridad sin romper el cristal visible. Las imágenes, grabadas con un teléfono móvil, se viralizaron en redes sociales y ya forman parte de las pruebas en manos de la Fiscalía de París.
Entre las piezas sustraídas destacan el collar de zafiros de las reinas María Amelia y Hortensia, con 631 diamantes; el conjunto de esmeraldas de María Luisa, segunda esposa de Napoleón I; la diadema de la emperatriz Eugenia con casi 2,000 diamantes; el broche de rocalla de 1855 atribuido al joyero Alfred Bapst; la tiara de perlas de Lemonnier y el Gran Lazo del Corpiño de François Kramer, una cascada de diamantes rosas. Todas son piezas únicas de la orfebrería imperial francesa.
Durante la huida, los ladrones perdieron la corona de la emperatriz Eugenia, elaborada con más de 1,300 diamantes y 56 esmeraldas. El Ministerio de Cultura confirmó que la pieza fue recuperada con daños cerca del museo, y actualmente expertos evalúan su estado de conservación. Aun así, la pérdida del resto del botín representa un golpe severo para el patrimonio cultural francés y para la reputación del Louvre como uno de los museos más seguros del mundo.
El robo ha reavivado el debate sobre la vulnerabilidad de los museos franceses frente a las bandas criminales que buscan objetos de alto valor material y fácil comercialización. A diferencia de las pinturas famosas, que no pueden venderse ni exhibirse sin llamar la atención, las joyas pueden desmantelarse y venderse por partes, lo que dificulta su rastreo. Según las autoridades, es probable que las piezas ya estén destinadas a colecciones privadas o al mercado negro internacional.
El presidente Emmanuel Macron condenó el robo y aseguró en redes sociales que “las obras serán recuperadas y los responsables llevados ante la justicia”. El gobierno francés activó una alerta nacional de patrimonio y pidió a Interpol intervenir ante el riesgo de que las joyas salgan del país. Por su parte, la Unesco y el Consejo Internacional de Museos (ICOM) ofrecieron asistencia técnica para evitar su exportación ilícita.
En más de dos siglos de historia, el Louvre ha sufrido pocos robos, aunque algunos, como el de la Mona Lisa en 1911 o el del cuadro Le Chemin de Sèvres en 1998, marcaron épocas. Sin embargo, este asalto —por su velocidad, precisión y magnitud— representa un desafío sin precedentes para la seguridad del museo y del patrimonio cultural francés. Los investigadores ahora enfrentan una carrera contrarreloj para recuperar las joyas antes de que sean desmanteladas y desaparezcan para siempre del mapa del arte mundial.






















