La sala se inunda de un suave aroma… se mezcla con el ambiente que, aunque tenso al principio, poco a poco se relaja y fluye una conversación.

Tres sillones adornan una esquina de la sala… y tres mujeres los ocupan, cada una camina lentamente al suyo y se posicionan… Además de ser mujeres, tienen en común ser pacientes de cáncer. 

La primera en contar su historia fue Alma Verónica Vega, ella no ha concluido su tratamiento por lo que el tema lo tiene a flor de piel, brillan sus ojos y lo que en un principio le era difícil, hoy fluye con naturalidad, recuerda que cuando recibió la noticia, se quiso morir… fue lo peor, mil imágenes, y posteriormente pensó en sus tesoros.

…. Logró superar angustia, miedos y desesperación gracias a tres grandes pilares: Su fé en Dios, se aferró hasta con los dientes y se encomendó al todo poderoso reconociendo que sería su voluntad la que prevalecería; el segundo pilar, su médico oncólogo a quien le agradece paciencia, sabiduría y consejos de amigo; y, el tercer pilar, su familia porque desde el primer momento la cobijaron y le dieron el ánimo y fortaleza para pasar el proceso. Posteriormente, llegaron sus amigas del Voluntariado de la Secretaría de Salud que la cobijaron y hasta le hicieron una peluca que orgullosa, luce coquetamente.

 La segunda guerrera, Susana Medina, reconoce que durante años no pudo pronunciar la palabra, estaba enojada porque le quitó lo que más amaba, a su madre quien murió de cáncer de mama siendo ella muy joven; incluso, en algún momento, recuerda haber estado, no enojada sino sentida con su progenitora porque nunca le platicó por lo que estaba pasando, solo la vio con fortaleza sobrellevar el tratamiento y verla apagarse poco a poco.

Hasta que un día enfermó también su padre, el señor Medina,  cae en el Hospital. Y la narraciòn se interrumpe…Susana tiene que hacer un breve espacio para pasar el trago amargo,  entonces continúa con voz entre cortada porque “entendí a mi madre y le di las gracias”. Y narra que siendo ella madre soltera, el señor Medina, su padre, fue más que un abuelo para su hijo: fue padre y amigo y cómplice y, tras dejarlo en el hospital y  llegó a su casa, quien sale a recibirla y con el rostro cubierto por la ansiedad y necesidad de saber del abuelo, el niño pregunta “¿va a regresar?”. Susana no tuvo valor ni palabras para decirle “No…” y tuvo que mentir, mentirle al ser más amado para que no sufriera, y fue entonces que levantó los ojos al cielo y le pidió perdón a su madre porque hasta entonces comprendió lo que su progenitora debió haber pasado y sufrido para evitarle a sus tesoros un sufrimiento. “Ahora, estamos en paz”, concluye.

Dinora Rojo, fue la tercera en narrar su historia, pero no la menos emotiva. Sus ojos se iluminan con una lágrima porque ahora puede platicar, gritar a los cuatro vientos que es sobreviviente, que en algún momento, llegó a un consultorio y le dijeron “tienes cáncer” y al salir tuvo que participar en un convivio familiar, tener que continuar con la vida y sonreir… guardarse emociones, angustias y tritezas, esconder la insrtidumbre, que nadie se diera cuenta que ella pudiera estar muriendo, guardar silencio, ser esclava de palabras guardadas y evitarle el sufrimiento a sus seres queridos… hasta que se llega el día de la primera quimio y es cuando tiene que externarlo, grande fue su sorpresa cuando se da cuenta que no  está sola, que hay muchas personas además del círculo familiar que la entienden y el padecimiento pasa a segundo plano… ella es el ser más importante y debe asimilarlo porque el estado de ánimo es vital para superar el reto, aunque sigue en vigilancia, los días ya no son amargos.

Alma Verónica, aunque ya terminó el tratamiento y el mal se encuentra bajo control, tiene que esperar cinco años aproximadamente para ser declarada libre; ahora, sabe que sonreir es la mejor medicina, se refugia en las amigas que nunca la abandonaron y se respalda en su familia, su médico y su fe, sus tres grandes pilares.

Susana, ahora sabe que un par de pechos, que se los tuvieron que extirpar para salvar su vida, no la hacen menos mujer, hoy se mira al espejo y se dice a sí misma que más hermosa; grita la palabra maldita, la deletrea y la ve de frente y le susurra, no me vas a vencer.

Dinora coincide con sus amigas, reconoce que el apoyo emocional es la base para aceptar y avanzar; ahora ayuda a otras mujeres y les cuenta su propia vivencia, sabe que compartir es la mejor forma de vivir y comparte vida y experiencias, por lo que se siente triunfadora.

Son tres mujeres, tres historias, una misma lucha que día a día realizan y, cuando amanece, dan gracias y viven, intensamente porque, coinciden en señalar que solo tienen el día de hoy como regalo de Dios.

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